Amas escribir, tienes ganas de hacerlo, crees tener muchas ideas, pero te sientas frente a la página, la miras un momento y recuerdas que no has checado tus redes sociales en los últimos treinta segundos, que dejaste la ropa en la lavadora o que tenías ese otro trabajo muy importante para entregar.

El caso es que vas y haces esas actividades y para cuando te das cuenta, pasaron tres horas, ya se te olvidaron las ideas, estás cansado o con sueño y prometes que mañana lo harás.

Esta historia se repite una y otra vez. Siempre tienes una muy buena excusa, si no es el trabajo, es la casa, la reunión programada, o que no te encuentras en el estado emocional adecuado. Y mientras más días dejas pasar, menos retomas ese libro que tienes a medias. Antes, la reunión para el tallereo semanal te motivaba a avanzar un poco, pero desde que viste que si no llevas una escena no pasa nada, ya ni siquiera el sentido de urgencia te ayuda a enfocarte y obligarte a hacerlo.

No es que no te guste escribir, al contrario, pero por alguna razón cuando lo vas a intentar, es difícil enfrentar esa página en blanco. Y entre más días han pasado desde la última vez que lo hiciste, parece una misión imposible.

¿Por qué pasa esto? Estas son las conclusiones a las que yo he llegado:

  1. Tu mente preferirá lo fácil, lo cómodo y placentero. A tu cerebro no le importan tus planes de largo plazo si puede obtener satisfacción inmediata viendo alguna serie o inventando cualquier otra excusa. Esto te ocurre ante cualquier proyecto que requiera disciplina, voluntad y paciencia, por ejemplo esculpir un mejor cuerpo (con dieta y ejercicio), aprender un idioma, y en nuestro caso, terminar ese libro.
  2. Tienes miedo y no lo quieres admitir. Sabes que has llegado a una parte de la historia que implica un involucramiento emocional de tu parte, en el que debes enfrentar tus propios demonios. Tu cerebro intentará convencerte de que mejor hay que dejarlo para otro momento. De nuevo, te recomendará lo placentero y divertido antes que sacarte de tu zona de confort.
  3. En el fondo no has planeado lo suficiente. Te dejaste llevar, escribiste sin rumbo y ahora no sabes cómo continuar donde lo dejaste.

 

Cualquiera que sea tu excusa, te recomiendo que te sientes y reflexiones: ¿De verdad quiero terminar este libro? Si tu respuesta es sí, he aquí siete consejos que a mí han funcionado:

  1. Aparta las tentaciones. Hay que vencer al cerebro adicto a la satisfacción instantánea. Instala una aplicación que bloquee determinadas páginas web, como por ejemplo las de redes sociales.  La que yo instalé se llama Freedom, la programo al menos por una hora. Es sorprendente la cantidad de veces que voy a intentar hacer click en la pestaña de mis redes sociales, solo para darme cuenta de que no funcionan, que no queda más remedio que concentrarme en lo mío. Pero después de quince minutos sin poder hacer otra cosa que mirar el archivo de mi libro, las ideas vuelven a fluir. Nota: estas aplicaciones son para escritorio, pero recomiendo que apagues y voltees boca abajo tu teléfono también.
  2. Ve a escribir a otro lugar. Ir a un café o a un parque a escribir involucra un compromiso. Ya gastaste en gasolina, traslado y consumo como para llegar y hacer el tonto haciendo lo mismo que podías hacer en casa.
  3. Consigue un compañero de escritura. Ve al café acompañado de otro escritor, de esa manera ambos se concentrarán en sus respectivos proyectos. Será un ganar-ganar.
  4. Ponte metas de corto plazo. Por ejemplo, 300 a 500 palabras al día. Es una meta sencilla de cumplir y requiere menos esfuerzo para lograrlo. ¿Sabías que con 2000 palabras a la semana puedes completar un libro de cien mil en un año?
  5. Si no se te ocurre qué escribir de tu novela, escribe de otra cosa. Por ejemplo, de por qué no se te ocurre qué sigue de tu novela, o de lo que te ocurrió en el día. Te darás cuenta de que transcurridos 15 minutos, las ideas y palabras comenzarán a fluir.
  6. Haz listas y planes. Si tu problema era la falta de planeación, traza un esquema de qué podría ocurrir a continuación. Yo uso el diagrama de “Sí, pero…; no y además…”. Me sirve para enfrentar a mis personajes a un conflicto, que ellos propongan una solución, que dicha solución sea parcial o empeore las cosas, de modo que el motor de la historia continúe lubricado y andando. Este método lo aprendí de mi autor favorito Brandon Sanderson y en otra entrada lo explicaré más a detalle.
  7. Conversa con un colega. Si tu problema era que llegaste a una parte que implica un involucramiento emocional fuerte, mejor saca lo que traes dentro con alguien de confianza. Te darás cuenta de que una vez fuera ti, ese problema será más fácil de escribir. Lo habrás expiado, te habrás quitado un gran peso de encima.